Todos deberíamos tener miedo de las esquinas

Cuento perdedor del II CERTAMEN DE RELATO CORTO DE RINCÓN DE LA VICTORIA

Rubén

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La esquina está oscura incluso cuando es de día. Sus muros de ladrillo gris respiran la humedad fría del barrio y devuelven un aliento a moho, a piedra mojada, a inseguridad que todos intentan evitar, olvidar o ignorar aunque no lo consigan nunca, aunque sea tan inevitable la esquina como el sol que no la toca, aunque cuando pasen empuñen las llaves que tienen el bolsillo o agarren con fuerza sus bolsos como doña Estela que en este momento va en mitad de la cuadra, mira fijamente la esquina donde todo queda oscuro, respira profundo. Con cada paso que da se le llena la cabeza de imágenes de ladrones, imágenes de personas corriendo, imágenes de policías que llegan demasiado tarde, se le hacen vívidas las historias que cuentan sus vecinos; siempre se visten de negro y nadie sabe de dónde llegan pero todos saben quienes son, van en grupos y comienzan a ponerse de pie en frente de su futura víctima para impedirle continuar o cambiar de dirección, doña Estela se los imagina sonriendo; en su cabeza ve la mano de uno de los ladrones estirada hacia ella, pidiéndole sin decir nada que haga más fácil la vida de todos, que continúe con el proceso, que entregue sus cosas, ella imagina su indignación, su expresión de miedo, sus ganas de que su bolso se convierta en piedra para poder golpearlos a todos con él. Cada paso que da hace que imagine un ladrón más en la escena, le falta muy poco, tan poco que puede oler la humedad de los ladrillos, casi puede ver el grafiti rojo de “fuera ladrones” que no hace más que darle un sentido irónico a todos los robos que ocurren en la misma esquina, es curioso que tratándose de la misma esquina la policía no esté más pendiente; es decir, todos saben que es esa la esquina de los robos, no habría forma más fácil de atrapar ladrones que pararse en ella todo el día y toda la noche a esperar, sería el trabajo más fácil para la policía y haría la vida de los habitantes del barrio más tranquila, piensa Andrés, que pretende caminar tranquilo, escucha música con sus auriculares, suelta las manos, las deja caer, incluso silba; hace todo lo que puede para ocultar su miedo, piensa que si no se nota que quiere correr, se tranquilizará, mira los balcones con vista a la esquina, balcones en los que cada vez más vecinos pasan la tarde porque ahora tienen algo que ver casi todos los días, balcones que le gusta mirar para no tener que ver esas piedras grises que le recuerdan el miedo y la frustración de encontrar a un ladrón esperándolo en la esquina como si fuera un novio que espera a su novia a la salida del baño, mira a los balcones para no pensar que está a muy pocos pasos de llegar a la esquina en la que roban, esa a la que no le llega la luz pero sí los ladrones, Andrés sube el volumen de la canción que suena, I’ll be around, una canción lenta, que lo anima caminar despacio, como si no estuviera pensando en el robo, como si no tuviera miedo, yo solo estoy mirando, se dice a si mismo. Caminar y mirar los balcones, en eso se concentra, en eso piensa mientras levanta la mirada, en el balcón de la esquina opuesta a la esquina de los robos hay una mujer que cuelga su ropa y escucha música, o eso cree Andrés que hace, lo cree porque baila; baila, cuelga ropa y mira la esquina, Andrés se pregunta como hace para mirar con tanta tranquilidad un lugar en el que pasan cosas tan sórdidas y ella se pregunta por qué está tan preocupado el que va caminando hacia la esquina si son las diez de la mañana y nadie roba a esa hora, aunque quién sabe, y menos con esa esquina, con ese lugar no hay que confiarse, resuelve doña Estela que saca unas tijeras para cortar tela que lleva en su bolso desde que don Arturo le contó la primera de las historias de robo en la esquina. Me voy a tener que cuidar con algo, pensó cuando guardó sus tijeras en el bolso, y no las había tenido que sacar, o por lo menos no hasta hoy, no sabe muy bien por qué, pero siente que las necesita afuera y las saca de su bolso, el último rayo de sol que hay antes de entrar en la oscuridad de la esquina las hace brillar, el destello se ve al otro lado, donde está Andrés, es un destello corto como el flash de una cámara vieja o un relámpago amarillo, pero Andrés sospecha, anticipa, recuerda, se asusta; piensa en una navaja que lo ciega por un momento con su brillo y después se clava en su estómago, piensa en la navaja como si tuviera vida propia, como si no la llevara nadie, como si le atravesara la piel sin necesidad de una mano que la empuje y mientras piensa en esto, sus pies ya están en la sombra, su saliva ya baja por su garganta y su canción ya fracasó en calmarlo, Andrés mantiene una actitud de falsa calma y a la mujer del balcón que lo ve caminar le parece un niño que intenta fingir que no pasa nada luego de que le dice a una niña que le gusta y la niña no le responde nada, la mujer del balcón también ve cómo se acerca doña Estela; tijeras en la mano derecha y tirantes del bolso agarrados con su mano izquierda, Andrés camina en la oscuridad húmeda, doña Estela levanta sus tijeras a la altura de su pecho como si estuviera mostrándole una cruz al diablo, al verla Andrés piensa en correr pero ve que el brazo de la señora con las tijeras está al alcance de su cuerpo, se queda paralizado, respira rápido como si estuviera a punto de hacer algo, Estela reconoce en esa respiración los nervios del robo, la expresión de alguien que está a punto de hacer algo moralmente reprochable, la mujer del balcón escucha el: no no por favor, no me haga nada, tome tome, que ha escuchado más veces de las que le gustaría y se queda con una camiseta blanca en las manos, la camiseta no gotea, doña Estela no hace nada, se queda quieta con las tijeras en la misma posición mientras ve como un joven asustado deja en el suelo sus auriculares como dejando una ofrenda y empieza a correr, corre sin tiempo de pensar en que lo que acaba de hacer fue muy arriesgado, doña Estela se queda mirando sus tijeras, el ángulo recto de la esquina parece apuntarle, señalarla como las líneas que indican el sentido del tráfico, joven espere, no corra, es un malentendido, grita, pero los gritos de Estela no llegan a los oídos de Andrés que ya está a pocos metros de su casa, y corre fuera del rango visual de la esquina, de Estela y de la mujer que cuelga la ropa en su balcón, que ahora tiene apoyadas las piernas contra la ropa húmeda e intenta entender qué es lo que está pasando en la esquina, los audífonos negros describen con su cable rojo una imagen similar a un charco de sangre, un charco de sangre que parece haber sido provocado por las tijeras que doña Estela sigue sosteniendo como si siguiera asustada, como si tenerlas como las tiene, cerradas; con el filo mirando la esquina la defendiera del grafiti rojo que pide que los robos paren, como si fuera a pasar algo después de lo que acaba de pasar, la mujer del balcón no entiende lo que ve y eso que ha visto todo tipo de cosas pasar en esa esquina, ha visto ladrones peleando por quién se queda con qué, ha visto personas tan descuidadas que no se dan cuenta de que las quieren robar y pasan de largo ignorando a los ladrones, ha visto incluso un ladrón que se encontró con un pirómano; el pirómano al darse cuenta de que lo querían robar tiró al suelo la basura, sacó un frasco de un liquido que arrojó rápido sobre lo que había en el suelo y luego le prendió fuego, en resumen la mujer del balcón ha visto cosas extrañas, pero nunca tan temprano y nunca sin los ladrones de siempre, qué pasó ¿robaron a alguien? pregunta su vecino, parece que sí, responde la mujer que sigue intentando terminar de entender la imagen en la esquina, poner en orden lo que ve; a una señora que no sabe qué hacer y se queda mirando los audífonos en el suelo y respira profundo como esperando una respuesta, una pista o una orden, doña Estela que se había preparado para todo lo que le podía pasar en esa esquina no estaba preparada para lo que pasaba después, de hecho, estuvo tan segura en un momento de que la iban a robar que no pensó siquiera en lo que iba a hacer después de pasar por la esquina y ahora está ahí de pie, sin hacer nada, sin tener idea de qué hacer, mientras cada vez más vecinos salen a sus balcones para mirar desconcertados la imagen de una señora que no dejaría que le pregunten cuántos años tiene, con unas tijeras para cortar tela en las manos mirando en el suelo un cable rojo que algunos no alcanzan a ver bien y confunden con un charco de sangre, la mujer del balcón intenta responder las preguntas de los vecinos, pero no dice nada cuando uno de ellos dice que va a llamar a la policía, la palabra policía llega a los oídos de doña Estela con esa habilidad de las palabras importantes de viajar sin interrupciones, doña Estela piensa en la policía, piensa en la seguridad que le inspira la policía, pero no es hasta que escucha las sirenas que se da cuenta de que es por ella por quién suenan, la mujer del balcón grita, es un malentendido, ella no hizo nada, pero sus gritos quedan ahogados por las sirenas, los demás solo están mirando, Andrés que tampoco entiende nada de lo que pasó repasa los hechos, me acaba de robar una señora piensa, después se da cuenta de que no lo robó, de que solo estaba caminando con unas tijeras, pero tenía miedo y empuñó las tijeras así, le dice uno de los policías a doña Estela repitiendo sus palabras, ella mira las tijeras que tiene en las manos, se da cuenta de que son peligrosas, afiladas, grandes, no había pensado en que sus tijeras de costura podrían considerarse armas blancas y ahora que las tiene frente a la policía le parecen peligrosas, pero ella no es un peligro para nadie señor agente, créame yo lo vi todo, yo estaba en el balcón colgando la ropa cuando pasó, venía un joven por ese lado, dice la mujer del balcón que ahora está abajo y habla con la policía en defensa de doña Estela que no dice nada, que parece haberse congelado en su posición, o eso le parece a algunos vecinos que siguen en sus balcones y ven la escena sin entender muy bien lo que pasó, parece que ella venía y del otro lado venía un joven y entonces el joven pensó que ella lo iba a robar, dice uno de los vecinos, pero ella pensó que él la iba a robar, hay que ver como se visten los jóvenes hoy en día, uno no sabe si es seguro o no cruzárselos, dice otro, yo no entiendo bien lo que pasa, dice Andrés cuando su compañero de piso le pregunta qué fue lo que pasó en la esquina en la que roban, su compañero de piso le dice que no alcanzó a ver a las personas interrogadas por la policía y se sienta en el sofá que hay en la sala, al frente de la puerta, el barrio está muy inseguro, ya no se puede confiar en nada, aunque nunca se ha podio confiar en ese lugar, cualquier persona es mala en la esquina en la que roban, dice mientras toma unos audífonos que había dejado en la mesa y los desenreda.

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Rubén
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Written by Rubén

Perdedor serial de concursos literarios.

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