En esta casa éramos dos fantasmas.
La voz no viene de ninguna parte, pero la escuchas cerca, como si alguien te estuviera esperando y fuera a saludarte después de que entras en tu apartamento.
¿Eran dos fantasmas? ¿O los fantasmas también arriendan? Preguntas mientras descargas tu morral. Dejas tus llaves en el recibidor. Te quitas los zapatos. Al principio te daba miedo, pero con el tiempo aprendiste a convivir con el fantasma que habita tu casa. A veces, más que todo ciertos domingos, agradeces que esté ahí.
No, no arrendamos, éramos dos aquí mismo. Responde la voz que parece no entender el chiste.
¿Entonces qué pasó? Le preguntas al aire mientras te sientas en el sofá y enciendes la luz amarilla de tu lámpara de la sala. La luz titila, sabes que el fantasma está cerca.
Volvió. Responde.
¿Volvió?
Sí. Volvió a la vida. Fue horrible.
La luz amarilla hace corto, se vuelve tenue, después se estabiliza.
Sucedió cuando la casa estaba vacía, continúa el fantasma, un día le aparecieron pies. Recuerdo su grito de dolor. Fue lo más aterrador que he escuchado.
Te quedas en silencio, la voz tiene un tono angustiado, habla como quien dice por fin lo que lleva mucho tiempo atrapado en su pecho. Tú solo escuchas.
Como tenía pies perdió la capacidad para estar en todas partes. Es muy frustrante me repetía con la voz llorosa. Los fantasmas no podemos llorar, pero la emoción se nota cuando hablas. Me repetía que le dolían los pies. Que el dolor era algo que casi había olvidado y ahora lo sentía todo el tiempo. No solo era el castigo de no poderse mover, también era el dolor de sentir de nuevo las superficies hostiles del mundo. Días después aparecieron sus piernas y fue peor. Ahora podía mover sus pies y andaba de un lado al otro de la casa, gritando de angustia, maldiciendo su dolor. Yo intentaba decirle que todo iba a estar bien. Pero estaba mintiendo. En realidad no sabía qué era lo que estaba pasando, ni tenía forma de saberlo. Solo podía escuchar. Cada día era peor que el anterior. Con cada parte del cuerpo que se materializaba empezaba otro dolor y con cada dolor otro llanto y con cada llanto otra angustia. Fueron los peores días que he pasado en lo que llevo de muerto.
Te quedas pensado en la vida del fantasma antes de ser fantasma. Nunca le has preguntado si fue dolorosa o triste. Si fue en esta o en otra época. Si es mejor estar vivo o estar muerto. Sientes el frío de las láminas de madera del suelo subiendo por las plantas de tus pies. Te das cuenta, de que te duelen.
Cuando terminó de aparecer empezó a buscar por toda la casa algún cuchillo, alguna cuerda, algo que con qué hacerse daño, un medio para matarse. Un día vi que corría contra un muro y se golpeaba la cabeza. Pero solo se desmayaba. Lloraba al despertar. Gritaba de dolor.
¿Entonces qué hizo? Preguntas por fin. La pregunta te sale como por accidente. Como si se te hubiera resbalado.
Entonces saltó.
¿Saltó?
Te pones de pie y miras por la ventana.
Pero esto es solo un segundo piso, continúa la voz. Y vivió. Pude escuchar sus gritos cuando la subieron a la ambulancia. Fue lo último que escuché. Ahora, en esta casa solo estamos tu y yo. Y yo no existo.
La luz de la lampara de tu sala vuelve a hacer corto. Sientes ganas de rascar la falange del dedo del medio de tu mano derecha. Sientes un dolor en la espalda. Sientes un hormigueo en que te sube por la pierna izquierda. Sientes el dolor de tener un cuerpo.
El silencio del fantasma se ha hecho tan largo que es como si se hubiera ido. Apagas la luz y caminas a tu cuarto. Pero sabes que vas a necesitar hacer algo para poder dormir.
